Foto: Eneas de Troya
Con la llegada de una nueva presidenta a México en 2024, la agenda de seguridad nacional está nuevamente en el centro del debate público. México ha enfrentado durante años altos niveles de violencia, gran parte de ellos atribuidos al crimen organizado. A medida que la nueva administración se establece, la ciudadanía, expertos y organismos internacionales están atentos a las políticas y estrategias que se implementarán para abordar estos problemas. A continuación, se analizan algunos de los posibles enfoques y desafíos que se pueden esperar en el mediano plazo.
1. Continuidad y Cambios en la Estrategia de Seguridad
Uno de los aspectos más relevantes a observar será si la nueva presidenta optará por continuar con las políticas de seguridad implementadas por la administración anterior, como la estrategia de militarización a través del despliegue de la Guardia Nacional, o si introducirá nuevas iniciativas. La militarización ha sido un tema controvertido, y aunque ha mostrado ciertos resultados en el combate al crimen organizado, también ha sido criticada por su impacto en los derechos humanos y su eficacia a largo plazo.
Es probable que el gobierno busque equilibrar la presencia militar con un fortalecimiento de las instituciones civiles de seguridad, tales como las policías locales y estatales, que han sido debilitadas en los últimos años por falta de capacitación y recursos.
2. Refuerzo de la Coordinación Interinstitucional
Un desafío clave para la nueva administración será mejorar la coordinación entre las distintas instituciones encargadas de la seguridad. La falta de cooperación y la duplicación de esfuerzos entre las fuerzas federales, estatales y municipales ha sido señalada como un obstáculo en la lucha contra el crimen organizado. La nueva presidenta podría priorizar mecanismos que permitan una mayor integración y fluidez en la comunicación entre estos cuerpos, junto con la creación de políticas públicas que aseguren un mejor uso de los recursos en la prevención del delito.
3. Atención a la Prevención Social del Delito
A la par de las estrategias de contención de la violencia, se espera que la nueva administración enfoque una parte importante de su estrategia en políticas de prevención del delito. Esto podría incluir mayores inversiones en programas sociales, educativos y laborales, especialmente dirigidos a jóvenes en zonas vulnerables, con el objetivo de reducir la atracción que el crimen organizado ejerce sobre ellos.
El enfoque en la prevención es una demanda creciente tanto de sectores académicos como de organizaciones civiles que abogan por una estrategia de seguridad que ataque las causas estructurales de la violencia, como la pobreza, el desempleo y la desigualdad.
4. Reformas al Sistema de Justicia Penal
El fortalecimiento del sistema de justicia penal es otro de los ejes que se espera que tome protagonismo. Los altos niveles de impunidad en México, en gran parte provocados por la ineficiencia de los mecanismos de investigación y enjuiciamiento, son una de las principales razones por las que muchos delitos no se denuncian ni se castigan. La nueva administración podría impulsar reformas que busquen hacer más eficientes los procesos judiciales, así como mejorar la capacitación y condiciones laborales de jueces, fiscales y cuerpos policiales.
5. Relación con Estados Unidos en Materia de Seguridad
Dado el impacto transnacional del crimen organizado, la cooperación entre México y Estados Unidos en materia de seguridad seguirá siendo un factor determinante. En el pasado, ambos países han trabajado juntos a través de iniciativas como la Iniciativa Mérida, que ha facilitado la colaboración en áreas como el tráfico de drogas, armas y trata de personas. Es posible que el nuevo gobierno busque renegociar o revisar estos acuerdos para asegurar que las prioridades mexicanas en materia de seguridad se reflejen más claramente, al mismo tiempo que se mantiene una relación de cooperación estrecha con su vecino del norte.
6. Retos y Expectativas
Si bien la presidenta enfrenta enormes expectativas para mejorar la seguridad en el país, también debe lidiar con desafíos estructurales profundos. El crimen organizado sigue siendo un actor poderoso en muchas regiones, y la corrupción en los cuerpos de seguridad y en el sistema judicial es un obstáculo significativo. Además, la creciente presión social para una estrategia más humanitaria y respetuosa de los derechos humanos, especialmente en comunidades afectadas por la violencia, será un aspecto que la nueva administración tendrá que considerar.
En el mediano plazo, el éxito de las políticas de seguridad dependerá de la capacidad del gobierno para combinar medidas de fuerza contra el crimen organizado con reformas profundas en las instituciones de seguridad y justicia, así como una apuesta decidida por la prevención social del delito. El enfoque de la nueva presidenta en estas áreas será determinante para moldear el futuro de la seguridad en México y reducir los niveles de violencia que han aquejado al país en las últimas décadas.